Ni te imaginas dentro
de tu propia población
afectada de dulces virus
que corroen lentamente sus vicios
entrelazando el sonido de cítaras
en un etéreo estruendo
de colores amarillos
Ni navegas en el escritorio
de tu afamada computación
encendida cada noche
esperando los eléctricos pulsares
de infinitas pimientas negras
que vuelan rebotando
entre tus medias ensuciadas
Ni manipulas mis hambres
con milagrosa prestancia
llorando veintitrés horas diarias
sofocando aquellos pálidos mocos
que vigilan tus entradas automáticas
y mis refugios de seda
Ni temes al insomnio
de tus rodillas coloradas
rebuscando en puntapiés
que te desnuden la mente
y separen completamente
las filosas hambres del día
de los grasientos snacks
en la noche